El pastoreo le entusiasmaba, era una profesión digna y él se enamoraba de
aquel montón de corderos, de cabras de cantar al despertar la Aurora, de silbar
en sus inspirados momentos ya que de memoria bien componía poesía.
Mi abuelita, rapsoda de su época diestra en la pluma y dueña de aquel hato
espectacular, con un cuaderno de la época y un lápiz, enseñaba letras a aquel
pastor no tanto en ignorancia sino en humildad, servicial y cumplidor siendo por
más señas poeta.
El Monte Bajo de los pueblos de Aragón, respiraba poesía. Aquél grupo de cordericos, madres, padres e hijos, crecía con feliz entusiasmo.
Los menús de fresca hierba, los engordaba con gran lustre en su cuerpo de
magnífica y blanca lana y en aprender disposición en componer, aquél pastor
brilló con la sensibilidad poética del sentir de su propio y entusiasta ser
dejando de su sabiduría lírica, cuadernos llenos de su poética y bucólica flor de alegría.
Mª Pilar Novales
Discursa muy bien, amiga. Muy bien!
ResponderEliminarAbrazos