Leoncio, tú, siempre has sido
inmejorable pensando más de una vez en levantar el ala de tu pajarito soñador
sin nunca llegar a la decisión de elevar aquel necesario vuelo.
Eras siempre tímido por naturaleza,
en cierto modo te sentías un poquito el alma herida y el corazón también.
Buscando un apaño a tu soledad para
que alguien te pudiera querer, un hombro acogedor que te brindara frescor a tu
imaginación y en invierno algún calor.
Escudriñabas cita con
las muchas estrellas bajo el oscuro cielo de la noche, encendiendo tu
mirada buscando una respuesta para tu mente.
Siempre hallabas la misma réplica
del bálsamo maternal que te había dado tu madre. Y seguías dándote a los demás
como una obligación de sentimientos sin pensar en ti.
Aquellas semillas, células del
paisaje de tus genes no las podías
perder, eran el reino de tu ser aún con el brillo de tu sentir inocente de la
fuente heredada del querer materno.
Pero bajo las estrellas brillaba también tu mirada con el lazo feliz de hijo único de una familia feliz.
Ahora tu vida había dado un giro impresionante. Cuidaste a tus padres
quedando tu querida madre como valor en tu vida con su inmovilidad y avanzada edad.
Diste tanto cariño que el desenlace de tanta unión maternal, desde dos
años atrás, ha dejado un vació y una huella indecible en tu ser de inocente
cariño entre la comprensión de no entender tu soledad.
En tu latir hacia las estrellas te
estás haciendo poeta porque quieres salir del tiempo del dolor y sabes que la
poesía puede saciar huecos de soledad cambiando tu filosofía de la vida.
María Pilar Novbales
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