martes, 28 de junio de 2016

LA INTELIGENCIA DE MI CABALLO

La casa  de los  abuelitos   era   magnífica,  una  dehesa   extensa   donde, aparte de vivienda equipada y decorada a la antigua usanza, conservaba  todo cuanto hubo en  la tradición de los antepasados seres queridos.

Había establos para el ganado lanar, seguido el de vacuno y como muy principal el más apartado, el cobertizo o cuadra para la caballeriza.

El abuelito, y siguiendo la tradición  de su padre, mi bisabuelo,  era gran domador de caballos.

Tenía ese arte, esa predisposición de su gran fuerza que con el tiempo era  gratificante  porque  el  caballo es  dócil por  naturaleza y en saber educarlos,  mucho depende de un buen entrenador como era mi abuelo.

Domar caballos –decía él-  atiende siempre en hacerse amigo del animal, un caballo tiene su personalidad incluso en afectos ya que pronto confía en  el  domador.  

Y agradecido cuando  se le  acaricia  la cara, le instruye con delicadeza y bien se ha de entender que no hay dos caballos guales.

La enseñanza ha de ser a paso lento, sin corridas, dando confianza y seguridad al caballo –seguía explicando con gran entusiasmo-.

Siempre reconociendo,  valorando la calma y seguridad de la enseñanza y la reacción que puede  hacer cada caballo.

En conocer  bien al caballo, el jamelgo,  cuando va  también conociendo  a su dueño e instructor, va tomando confianza y nunca se le debe castigar físicamente, ni aún con brusquedad  ni mucho menos latigazos.

Siempre al pasear, enseñándole en ir a la par del domador para que no se pueda poner en peligro su salud física ni mental.

Yo, andaba siempre pendiente de estas explicaciones de mi abuelito y de la reacción de los caballos que aún seguía habiendo en la finca.

Lo que yo no entendía bien que a los caballos, también se les premiara con dulces, con algunos caramelos cuando iban de “paso” al ritmo y al  mismo  tiempo de ir paseando.

Normas y aprendizajes fijos entendiendo que cada caballo, como cada ser humano, es diferente.

Yo aprendí del abuelito, como hacía él, a pasar mi mano con suavidad por la cara de un caballo negro y otro blanco, era espectacular con los arrumacos que respondía al cariño de nuestras manos

y la palabra ¡SOOO! como disciplina, manteniéndose tranquilo, sin ansiedad como un reconocido  agradecimiento a la ternura dada.

Cuando al blanco lo montaba mi hermana o yo, era increíble el suave y alegre trote que emprendía por la pradera de los alrededores de la finca.

Nosotros  le hicimos un manto que con un par de claveles en su linda cabellera, retozaba como cuando juega el viento enamorando el momento lleno de aplausos a su galopar.

Tantos sentimientos desarrolló aquel bendito caballo que cuando alguno de sus seres queridos levemente enfermaba,  Justino, que así se le bautizó,

cruzaba el huerto acercándose a la puerta de entrada y pegado a la ventana donde daba la habitación de cada uno de nosotros, siempre sabía cuál era el dormitorio del que estaba enfermo.

Un día comenzó de pronto un viento frío y lluvioso, oscureciéndose rápidamente el cielo, dormida la luna,  sin luz ni estrellas en ningún lugar.
Mi hermana pequeña de cinco años que había salido buscando flores al campo, se extravió sin saber dónde encontrarla.

El caballo junto a nosotros, la familia y conversando afligidos como a una persona adulta, hizo ademán de subir  sobre él y en ponerse sobre su lomo mi abuelito y mi padre, comenzó Justino a galope encendiéndose  el cielo con un montón de estrellas y el Sol de primavera dejando de llover.

Nuestro querido caballo blanco  de bello pelaje, fue al lugar dónde mi hermana yacía herida en una pierna, se había desprendido con el viento de la gran tormenta, un árbol quedando preso su pie de fina seda infantil.

Volvieron los tres bien abrazados sobre la montura del caballo y al llegar a casa  felices y  ya curando el doloroso daño de mi querida hermana,  bien lamió Justino su delicada pierna dándole besicos fiel y cariñosamente.

Volvió la oscuridad y la tormenta, como nunca se había conocido en aquellos lugares.

Aquél  caballo con blanca melena y talento de vidente, bien merecía los aplausos  de un  poema y de aquellos caramelos con que le premiaba mi abuelito.

A NUESTRO CABALLO JUSTINO

No se hizo en ti mi querido Justino,
sentir el miedo al apagarse el Sol
y dormirse la Luna.

Llamaste con ansia precisa
a montones de estrellas
y ellas con prisa,

despertaron al Sol
salvando   la vida de un corazón.

Y tú qué contento, y tú qué feliz
volviste al trote desde aquel camino  sinuoso
con una estrella niña y dos luceros
que en tus lomos montaron

siendo feliz epopeya.
Familiar, fiel amigo  de quien te quiere

y agradecido respondes con cariño
con tus ojos de ternura, donaire e inteligencia
igualito a ser un satisfecho niño.

Quedando grabada tu  digna historia
en este increible avance
del mérito de tu trayectoria

que más bien quiso escribir mi pluma
al atino de un poema

que por ser sublime, audaz y hermoso
vas quedando como inmejorable amigo
en la nobleza de tu estirpe 

como el ser más  garboso.

                                                                                Mª Pilar Novales




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