La casa de los abuelitos
era magnífica, una dehesa extensa donde, aparte de vivienda equipada y decorada
a la antigua usanza, conservaba todo
cuanto hubo en la tradición de los
antepasados seres queridos.
Había establos para el ganado lanar, seguido el de
vacuno y como muy principal el más apartado, el cobertizo o cuadra para la
caballeriza.
El abuelito, y siguiendo la tradición de su padre, mi bisabuelo, era gran domador de caballos.
Tenía
ese arte, esa predisposición de su gran fuerza que con el tiempo era gratificante porque el caballo
es dócil por naturaleza y en saber educarlos, mucho depende de un buen entrenador como era mi
abuelo.
Domar caballos –decía él- atiende siempre en hacerse amigo del animal,
un caballo tiene su personalidad incluso en afectos ya que pronto confía en el domador.
Y agradecido cuando se le acaricia la cara, le instruye con delicadeza y bien se ha de entender que no hay dos caballos guales.
La enseñanza ha de ser a
paso lento, sin corridas, dando confianza y seguridad al caballo –seguía
explicando con gran entusiasmo-.
Siempre reconociendo, valorando la calma y seguridad de la enseñanza y la reacción que puede hacer cada caballo.
En conocer bien al caballo, el jamelgo, cuando va también conociendo a su dueño e instructor, va tomando confianza y nunca se le debe castigar físicamente, ni aún con brusquedad ni mucho menos latigazos.
Siempre al pasear,
enseñándole en ir a la par del domador para que no se pueda poner en peligro su
salud física ni mental.
Yo, andaba siempre
pendiente de estas explicaciones de mi abuelito y de la reacción de los
caballos que aún seguía habiendo en la finca.
Lo que yo no entendía bien
que a los caballos, también se les premiara con dulces, con algunos caramelos
cuando iban de “paso” al ritmo y al
mismo tiempo de ir paseando.
Normas y aprendizajes
fijos entendiendo que cada caballo, como cada ser humano, es diferente.
Yo aprendí del abuelito, como
hacía él, a pasar mi mano con suavidad por la cara de un caballo negro y otro blanco,
era espectacular con los arrumacos que respondía al cariño de nuestras manos
y la palabra ¡SOOO! como disciplina, manteniéndose tranquilo, sin ansiedad como un reconocido agradecimiento a la ternura dada.
Cuando
al blanco lo montaba mi hermana o yo, era increíble el suave y alegre trote que
emprendía por la pradera de los alrededores de la finca.
Nosotros le hicimos un manto que con un par de claveles
en su linda cabellera, retozaba como cuando juega el viento enamorando el
momento lleno de aplausos a su galopar.
Tantos sentimientos
desarrolló aquel bendito caballo que cuando alguno de sus seres queridos levemente
enfermaba, Justino, que así se le
bautizó,
cruzaba el huerto acercándose a la puerta de entrada y pegado a la ventana donde daba la habitación de cada uno de nosotros, siempre sabía cuál era el dormitorio del que estaba enfermo.
Un
día comenzó de pronto un viento frío y lluvioso, oscureciéndose rápidamente el
cielo, dormida la luna, sin luz ni
estrellas en ningún lugar.
Mi
hermana pequeña de cinco años que había salido buscando flores al campo, se
extravió sin saber dónde encontrarla.
El caballo junto a nosotros,
la familia y conversando afligidos como a una persona adulta, hizo ademán de
subir sobre él y en ponerse sobre su
lomo mi abuelito y mi padre, comenzó Justino a galope encendiéndose el cielo con un montón de estrellas y el Sol de
primavera dejando de llover.
Nuestro querido caballo
blanco de bello pelaje, fue al lugar
dónde mi hermana yacía herida en una pierna, se había desprendido con el viento
de la gran tormenta, un árbol quedando preso su pie de fina seda infantil.
Volvieron
los tres bien abrazados sobre la montura del caballo y al llegar a casa felices y ya curando el doloroso daño de mi querida
hermana, bien lamió Justino su delicada
pierna dándole besicos fiel y cariñosamente.
Volvió
la oscuridad y la tormenta, como nunca se había conocido en aquellos lugares.
Aquél caballo con blanca melena y talento de
vidente, bien merecía los aplausos de
un poema y de aquellos caramelos con que
le premiaba mi abuelito.
A NUESTRO
CABALLO JUSTINO
No
se hizo en ti mi querido Justino,
sentir
el miedo al apagarse el Sol
y dormirse la Luna.
Llamaste
con ansia precisa
a
montones de estrellas
y ellas con prisa,
y ellas con prisa,
despertaron
al Sol
salvando
la vida de un corazón.
Y
tú qué contento, y tú qué feliz
volviste
al trote desde aquel camino sinuoso
con una estrella niña y dos luceros
que en tus lomos montaron
con una estrella niña y dos luceros
que en tus lomos montaron
siendo
feliz epopeya.
Familiar, fiel amigo de quien te quiere
Familiar, fiel amigo de quien te quiere
y
agradecido respondes con cariño
con tus ojos de ternura, donaire e inteligencia
igualito a ser un satisfecho niño.
con tus ojos de ternura, donaire e inteligencia
igualito a ser un satisfecho niño.
Quedando
grabada tu digna historia
en este increible avance
del mérito de tu trayectoria
en este increible avance
del mérito de tu trayectoria
que
más bien quiso escribir mi pluma
al atino de un poema
al atino de un poema
que por
ser sublime, audaz y hermoso
vas
quedando como inmejorable amigo
en la nobleza de tu estirpe
como el ser más garboso.
en la nobleza de tu estirpe
como el ser más garboso.
Mª Pilar Novales
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