Rosendo Fourlier, andaba en el sueño de un Amor
platónico, que si tocar al ser amado, sentía su palpitar.
Soñaba siempre ir por un camino donde encontraba al
ser querido, que abriendo sus pupilas más y más, encendía la antorcha del
entendimiento del afecto.
Tomaba las riendas de su corcel canela, y como fiel
jinete que se encamina al Edén, cabalgaba ilusionado con la alegría de vivir
aquel Amor, que ya tiempo llevaba, viviendo dentro de su ser.
¿Serían caprichos de su alma que de tanto meditar le
engañaba, y en despertar, ya no encontraba la satisfacción de la búsqueda de
aquel Amor?
Pero era tanta la confianza que tenía, que cuando se
escondía el sol y se preparaba la luna para iluminar, cada noche
volvía su sueño a conquistar.
Después de días, meses con sus noches, Rosendo
Fourlier, dejó sujetas en un árbol las riendas de su caballo canela y…
Paseando por una calle de su ciudad, y en ver un
parque primaveral aún siendo tiempo otoñal y las hojas caídas iban formando
alfombra a sus relajados pasos, se adentró en un jardín.
Atención puso en una flor, una rosa negra ya en su
vejez, que en tocarla y pedir permiso al jardinero, y antes que se desmoronada
por su edad, pudo asirla en sus manos.
No llevaba espinas, seguro que había sufrido bastante
y ya sus espinas, habían madurado reducidas a la nada para no padecer más.
Salió de aquel jardín, y siguiendo por la calle que
había dejado, siguió caminando a paso lento y pensativo.
¡Cuánto habría padecido aquella rosa hasta llegar a
su avanzado estado y dónde habría puesto su energía!
Por si la podía aún dañar su mano, le dio un besico y
decidió meterla cuidadosamente en uno de los
bolsillos de su chaqueta.
Llegó a uno banco que había a lo largo de la calle, se sentó viendo la
gente pasar, volvió a meter su mano en el bolsillo de su chaqueta y cuál sería
su sorpresa que al intento de sacar la rosa…
Asombro tuvo, no lo podía creerlo. Aquella triste rosa
que había guardado sumisa y encogida, era enorme y no podía sacarla por la
abertura del bolsillo.
Logrando asirla con todo el cuidado y finura, la rosa
era hermosa, joven y bella con el rojo color del Amor pero carecía
de espinas, lo que quería decir, que el Amor verdadero de una rosa, nunca puede
por ningún motivo herir.
Se levantó del banco y siguió caminando con la
hermosa rosa en la mano. Ausente de la gente que iba y venía de un lado a otro.
Comenzó a recordar, que él, en conceptos era un
tanto original, su cuna no era humilde pero la vida de familia no había sido en
mucha concordancia pero su espíritu, bastante evolucionado según las prácticas
de su mente.
Amaba los modales, su vida se desenvolvía en la
humildad y en mucho la lealtad al ser humano, al Amor de la existencia humana.
La mesura en su deambular por la vida era el apoyo al
semejante, aunque bien daba tropezones cuando sus sentimientos no eran
correspondidos, yendo siempre él con buena fe sin picardías en dañar a nadie.
Bien se acordaba cuando su madre le decía reducir su
estado benevolente, aquello de desprenderse de sus haberes para otros, que bien
olvidaban devoluciones.
¿Qué iba a ser de su alma si la defraudaba y luego
cuando le llamaran del mundo terrenal qué escusas iba a colocar de aquellas
hojas escritas en el libro de su existencia?
Rosendo Fourlier era igual teniendo economía que en
bajos momentos que la vida le sorprendía.
Ahora tenía que pensar más en él y dejar de dar y dar
y nada recibir, pues bien tenía amigos en su haber en plenitud y ya nadie le
conocía en su triste abatimiento.
Miró la rosa que bien seguía sonriendo en su mano, y
entre tanta gente, se tocó la piel de su brazo, de su cara y sintió que era él,
era el que caminaba con los pies en el suelo de aquel paseo de la calle de su ciudad.
Siguió caminando entre el gentío y la rosa cuidadosamente
en su mano con aquel cuidado preciso que no se pudiera romper ni volver a
arrugar ninguno de sus pétalos.
Alzó fijamente su mirada al sentir seductor y se
preguntó si su mente se había destartalado de tanto pensar.
Pero no. Aquello era el sentir del sueño hecho
realidad, la imagen de aquella suntuosa mujer le parecía real, era su ángel del
sueño del Amor.
Le ofreció la rosa, y
volviendo hacia atrás, subieron a su caballo, porque aquel sueño, había salido a
la calle, al encuentro de la realidad de la búsqueda de aquel ser de su sueño.
Pilar Novales