miércoles, 7 de diciembre de 2016

ROSENDO FOURLIER


                                     

Rosendo Fourlier, andaba en el sueño de un Amor platónico, que si tocar al ser amado, sentía su palpitar.

Soñaba siempre ir por un camino donde encontraba al ser querido, que abriendo sus pupilas más y más, encendía la antorcha del entendimiento del afecto.

Tomaba las riendas de su corcel canela, y como fiel jinete que se encamina al Edén, cabalgaba ilusionado con la alegría de vivir aquel Amor, que ya tiempo llevaba, viviendo dentro de su ser.

¿Serían caprichos de su alma que de tanto meditar le engañaba, y en despertar, ya no encontraba la satisfacción de la búsqueda de aquel Amor?

Pero era tanta la confianza que tenía, que cuando se escondía el sol y se preparaba la luna para iluminar,  cada noche  volvía su sueño a conquistar.

Después de días, meses con sus noches, Rosendo Fourlier, dejó sujetas en un árbol las riendas de su caballo canela y…

Paseando por una calle de su ciudad, y en ver un parque primaveral aún siendo tiempo otoñal y las hojas caídas iban formando alfombra a sus relajados pasos, se adentró en un jardín.

Atención puso en una flor, una rosa negra ya en su vejez, que en tocarla y pedir permiso al jardinero, y antes que se desmoronada por su edad, pudo asirla en sus manos.

No llevaba espinas, seguro que había sufrido bastante y ya sus espinas, habían madurado reducidas a la nada para no padecer más.

Salió de aquel jardín, y siguiendo por la calle que había dejado, siguió caminando a paso lento y pensativo.

¡Cuánto habría padecido aquella rosa hasta llegar a su avanzado estado y dónde habría puesto su energía!

Por si la podía aún dañar su mano, le dio un besico y decidió meterla cuidadosamente en uno de los  bolsillos de su chaqueta.

Llegó a uno banco que había a  lo largo de la calle, se sentó viendo la gente pasar, volvió a meter su mano en el bolsillo de su chaqueta y cuál sería su sorpresa que al intento de sacar la rosa…

Asombro tuvo, no lo podía creerlo. Aquella triste rosa que había guardado sumisa y encogida, era enorme y no podía sacarla por la abertura del bolsillo.

Logrando asirla con todo el cuidado y finura, la rosa era hermosa, joven  y  bella con el rojo color del Amor pero carecía de espinas, lo que quería decir, que el Amor verdadero de una rosa, nunca puede por ningún motivo herir.

Se levantó del banco y siguió caminando con la hermosa rosa en la mano. Ausente de la gente que iba y venía de un lado a otro.

Comenzó a recordar, que él, en conceptos era un tanto original, su cuna no era humilde pero la vida de familia no había sido en mucha concordancia pero su espíritu, bastante evolucionado según las prácticas de su mente.

Amaba los modales, su vida se desenvolvía en la humildad y en mucho la lealtad al ser humano, al Amor de la existencia humana.

La mesura en su deambular por la vida era el apoyo al semejante, aunque bien daba tropezones cuando sus sentimientos no eran correspondidos, yendo siempre él con buena fe sin picardías  en dañar a nadie.

Bien se acordaba cuando su madre le decía reducir su estado benevolente, aquello de desprenderse de sus haberes para otros, que bien olvidaban devoluciones.

¿Qué iba a ser de su alma si la defraudaba y luego cuando le llamaran del mundo terrenal qué escusas iba a colocar de aquellas hojas escritas en el libro de su existencia?

Rosendo Fourlier era igual teniendo economía que en bajos momentos que la vida le sorprendía.

Ahora tenía que pensar más en él y dejar de dar y dar y nada recibir, pues bien tenía amigos en su haber en plenitud y ya nadie le conocía en su triste abatimiento.

Miró la rosa que bien seguía sonriendo en su mano, y entre tanta gente, se tocó la piel de su brazo, de su cara y sintió que era él, era el que caminaba con los pies en el suelo de aquel paseo de la  calle de su ciudad.

Siguió caminando entre el gentío y la rosa cuidadosamente en su mano con aquel cuidado preciso que no se pudiera romper ni volver a arrugar ninguno de sus pétalos.

Alzó fijamente su mirada al sentir seductor y se preguntó si su mente se había destartalado de tanto pensar.

Pero no. Aquello era el sentir del sueño hecho realidad, la imagen de aquella suntuosa mujer le parecía real, era su ángel del sueño del Amor.

Le ofreció la rosa, y volviendo hacia atrás, subieron a su caballo, porque aquel sueño, había salido a la calle, al encuentro de la realidad de la búsqueda de aquel ser de su sueño. 

                                                                                             Pilar Novales

3 comentarios:

  1. ¡Cómo no se van a hacer los sueños realidad...!
    Gracias amiga. Cuando edites el libro lo compraré. Un abrazo.

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  2. ¡Cómo no se van a hacer los sueños realidad...!
    Gracias amiga. Cuando edites el libro lo compraré. Un abrazo.

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