El sentir melifluo deleita
con dulzor tierno entusiasmando el trato de la palabra destilando miel y
encanto. Así era TELESFORO, suave y agradecido.
¿Qué ha sido de mi
sonrisa? –pregunta Telésforo a su sillón, aquel sillón que dio
cobijo, relax y asiento durante tantos años--.
Tú sabes muy bien, querido
compañero del descanso de mi intimidad, que aquel Amor que se casó conmigo, no
fue Amor a primera vista, mi mente siempre hizo cuanto estuvo a su alcance por
compensarla y quererla, por aquel calor, Cariño y sentir profundo que
desbordaba para cualquiera que nos viera
y para mí mismo.
Milagros era el propio
milagro, el prodigio de su propio
nombre. Yo, era agradecido quitando recuerdos que a veces eran pesadillas de mi
juventud, de aquel Amor que quise con alma y corazón.
Ella, aquella mi primera
novia Teodora, se casó con otro, fueron medio novios antes de conocerme a mí,
él, al quedarse sin novia porque ella se casó con otro, se refugió celosamente
en Teodora “o te casas conmigo o te mato” parece ser que le dijo según me contó
Teodora. Aquél orgullo de un hombre derrotado de afectos, al parecer no era
considerado como hombre de tolerancia hacia el respeto convirtiendo la vida de
Teodora en un tormento.
Yo, sabes mi querido
sillón, la había conocido en una noche
de verano embarcándonos durante una temporada en aquellos mares de ensueño de
juventud. Fue un Amor a primera vista.
Se ausentó de mi vida sin
más explicación. A los pocos meses me encontró o me buscó, no lo sé, yo la había buscado sin resultados y esas
fueron sus explicaciones.
Ahora lamentaba, se
disculpaba y que ante el miedo se casó con aquel hombre.
Quiso seguir con nuestra amistad, aquella relación pero no, no era mi intención
entrar, ni mucho menos en aquel tejemaneje impropio de mi forma de pensar por
mucho que la siguiera queriendo. Ahogué el dolor que llevaba dentro de mí, me
refugié en ti, recosté mi cabeza contigo pues desde que compré la casa ya de
soltero, tú has sido mi preferido, mi confidente, mi mejor y querido amigo.
Me has ayudado a salir de
aquella perturbación que tanto puede debilitar a un ser humano, eso que hoy
llaman popularmente depresión, aquella
dolencia de tanto haber querido a una mujer dejándome como una rana mendiga en
un lugar de secano.
Fue duro sacar de mí imaginación aquel Amor que no entendía,
siendo tan verdadero y tan auténtico, que se evaporara como el humo de una
chimenea trastornada por los leños inconcebibles en arder yéndose el humo sin retorno.
Pasó
mucho tiempo, algunos años, yo seguía pensando en ella pero quería desalojarla
de alguna manera de mi mente, incluso sacarla de mi pensamiento, higienizar y
avanzar mi intelecto.
Levantando
los ánimos me compré un traje nuevo, una corbata atractiva y fui a la fiesta de
unos amigos en un restaurante popular ya insistentes en tenerme entre sus
amistades activas.
La cosa fue que, entre
otras señoritas, había una muchacha discreta, guapa, menuda, simpática, con
cierto aire distinguido. Me la presentaron, “la señorita Milagros”, tenía una
sonrisa discreta, una voz suave de ingeniosa y culta expresión.
Yo tenía treinta años,
ella veintiocho cumplidos. Se fijó en mi traje nuevo, en aquella corbata
atractiva que me había recomendado la señorita de la tienda donde la compré.
Halagó los gemelos que tenía puestos en los puños de mi camisa de tono pastel,
-yo dije-, “son los gemelos de mi querido abuelo de cuando se casó con mi
adorada abuela”.
Nos vimos más veces entre
los amigos, Milagros era una dulzura, un ser angelical pero al verla frente a
frente en un velador que yo la invité y, aun
considerando que era una ser magnífico, angelical, la imagen de Teodora
se interponía entre nosotros. Tuve que reincidir, en volver a hacer higiene
mental de mi propio pasado hacia el futuro manejando las emociones del
presente.
Nos casamos un año
después, Milagros no había tenido ninguna relación anterior, yo le confesé mi
experiencia pasada, no le importó pero ella dijo dulcemente “algún día me
querrás por lo mucho que yo te estoy queriendo”.
A los pocos años de estar
casado apareció Teodora, tenía problemas fuertes con su esposo, quería
divorciarse, solamente le dije, me casé y soy feliz, quiero merecer a la esposa
que me ama, te deseo lo mejor para tu vida.
A veces no se valora el
propio aprecio de quien nos ama, hace falta meditar, recapacitar el cómo nos
quieren, que no haya confusión de afectos, que seamos leales con quien da la
vida por nosotros, por quien no le importa morir por nuestro propio ser, por merecer
nuestro Amor.
Milagros
fue un ser maravilloso, ciertamente tenía valores no solo de un corazón
distendido, ampliado sin medida, sino de un alma generosa, apacible, creyente
del propio valor del espíritu.
Mi
querido sillón, tú sabes que hace poco tiempo que ese Amor de grandeza me ha
dejado hasta encontrarnos en ese Cielo que Milagros, y yo por ella convencido, existe en otro
plano Celeste que Dios tiene programado. Pero en ese otro sillón que compré
para ella, voy a pasar a ocuparlo para sentir cuanto ella sintió por mí y acabó
siendo un trocito de mi ser, de mi propia alma.
Hoy
sonrío dando gracias al Todopoderoso por ese valor que me dio para saber Amar
lejos de lo físico pero dentro del alma de un ser maravilloso.
Hoy,
sillón querido, he ido al desván donde guardábamos las ropas no usadas que nos
recordaban buenos tiempos, he encontrado el traje, la camisa y aquella corbata
que entusiasmo a mi querida Milagros. No he engordado después de cuarenta años,
me he vestido con ese atuendo ¿y sabes mi confidente sillón?
He ido al restaurante de
aquel día de fiesta el día que nos conocimos. He reservado una mesa para dos con
dos cubiertos y el menú que preferíamos los dos. Ella estaba allí, tierna
sumisa con su dulce y delicada sonrisa diciéndome cuanto me quería. Hoy es el
orgullo de haberla puesto Dios en mi vida.
Mª
Pilar Novales
Ya solo por el nombre, antes Milagros que Teodora. Ahora que él, pobre, vaya nombrecito.
ResponderEliminarRezuma amor este cuentito y siempre es mejor el amor que el enamoramiento.
Felicidades.
Me ha resultado todo unplacer leerlo, amiga.
ResponderEliminarAbrazos